Este año se conmemora el 75 aniversario del incendio del Reichstag, el Parlamento alemán (febrero de 1933), un acontecimiento fundamental porque permitió a Hitler, ya Canciller desde enero, convertirse en dictador de Alemania.
Desde que ocupó la Cancillería, Hitler multiplicó su actividad en cuatro direcciones: destruir a sus enemigos, conseguir más poder para su partido, hacerse ganar la confianza del ejército y obtener una gran victoria electoral. Su gran objetivo: desmontar el sistema parlamentario. Como ejemplo, unos 50.000 paramilitares de las SA y SS eran utilizados como fuerzas auxiliares de la policía prusiana para perseguir, apalear o asesinar a sus opositores políticos.
Cuando en la noche del 27 de febrero Hitler recibió la noticia del incendio del Reichstag, exclamó : “Bravo! Ahora sí que los tengo!” Y cuando observó el edificio en llamas, lo comparó como “una antorcha que precede a una nueva era en la historia de la Humanidad”. Hitler, lógicamente, no tenía ningún cariño por el Reichstag (“un híbrido de templo griego, basílica romana y palacio árabe, aunque como conjunto parece más bien una sinagoga”) ni por lo que representaba. Además, los nazis enseguida encontraron un culpable: Marinus Van der Lubbe, un joven holandés desequilibrado con orígenes comunistas y anarquistas que, de manera personal, había decidido incendiar algún gran edificio público de la ciudad para protestar contra la represión contra los comunistas y la situación de los parados.
Antes de medianoche, cuatro mil dirigentes comunistas fueron detenidos, y se les acusó de preparar un golpe de estado para tomar el poder. El presidente Hindenburg firmó el “Decreto para la protección del Reich” por el que se suspendían una serie de libertades y derechos constitucionales: se había entregado a Hitler el poder absoluto.
A partir de ese instante los acontecimientos se multiplicaron: se crean varias decenas de campos de internamiento de presos políticos (entre ellos, Dachau) y se persiguen los periódicos, sedes de partidos y mítines de la oposición – había nuevas elecciones el 5 de marzo-. Aunque Hitler no consigue la mayoría absoluta, proclama su victoria definitiva e inicia los resortes para controlar todo el poder: supresión de partidos y sindicatos opositores, control de todo tipo de asociaciones, imposición de la bandera nazi en todos los edificios. Ya sólo era cuestión de tiempo.
Desde que ocupó la Cancillería, Hitler multiplicó su actividad en cuatro direcciones: destruir a sus enemigos, conseguir más poder para su partido, hacerse ganar la confianza del ejército y obtener una gran victoria electoral. Su gran objetivo: desmontar el sistema parlamentario. Como ejemplo, unos 50.000 paramilitares de las SA y SS eran utilizados como fuerzas auxiliares de la policía prusiana para perseguir, apalear o asesinar a sus opositores políticos.
Cuando en la noche del 27 de febrero Hitler recibió la noticia del incendio del Reichstag, exclamó : “Bravo! Ahora sí que los tengo!” Y cuando observó el edificio en llamas, lo comparó como “una antorcha que precede a una nueva era en la historia de la Humanidad”. Hitler, lógicamente, no tenía ningún cariño por el Reichstag (“un híbrido de templo griego, basílica romana y palacio árabe, aunque como conjunto parece más bien una sinagoga”) ni por lo que representaba. Además, los nazis enseguida encontraron un culpable: Marinus Van der Lubbe, un joven holandés desequilibrado con orígenes comunistas y anarquistas que, de manera personal, había decidido incendiar algún gran edificio público de la ciudad para protestar contra la represión contra los comunistas y la situación de los parados.
Antes de medianoche, cuatro mil dirigentes comunistas fueron detenidos, y se les acusó de preparar un golpe de estado para tomar el poder. El presidente Hindenburg firmó el “Decreto para la protección del Reich” por el que se suspendían una serie de libertades y derechos constitucionales: se había entregado a Hitler el poder absoluto.
A partir de ese instante los acontecimientos se multiplicaron: se crean varias decenas de campos de internamiento de presos políticos (entre ellos, Dachau) y se persiguen los periódicos, sedes de partidos y mítines de la oposición – había nuevas elecciones el 5 de marzo-. Aunque Hitler no consigue la mayoría absoluta, proclama su victoria definitiva e inicia los resortes para controlar todo el poder: supresión de partidos y sindicatos opositores, control de todo tipo de asociaciones, imposición de la bandera nazi en todos los edificios. Ya sólo era cuestión de tiempo.
Un pequeño vídeo sobre este hecho, en http://www.claseshistoria.com/fascismos/vc-reichstagincendio.htm ( en inglés)
Un par de referencias bibliográficas:
De Henry Ashby Turner, A treinta días del poder (Edhasa). Analiza los hechos que provocaron que, de manera prácticamente inesperada, Hitler se convirtiera en Canciller en enero de 1933. Libro muy interesante, pero tal vez de nivel universitario.
De David Solar, "Arde el Reichstag", en La aventura de la Historia, número 112 (febrero de 2008) Artículo de divulgación sobre este acontecimiento
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